Metal

Corona Hell and Heaven 2018: Metal sin fronteras

Corona Hell and Heaven 2018: Metal sin fronterasEra el segundo y último día del festival. Yo me levantaba mientras Edgar, un mexicano hasta los huesos; hospitalario, buen amigo y siempre con una broma en la boca, preparaba unos huevos con frijoles refritos —sólo escribirlo suena suculento—, obviamente encima de una tortilla, ya que siempre todo va en una tortilla, como debe ser.

El día anterior, el dios Tláloc decidió ser el protagonista y dejó caer una tormenta sobre el festival, la lluvia fue de tal magnitud que ni los punkeros y rockeros riffs de Refused lograron sacarme de un letargo húmedo que duró varias horas, en verdad casi hasta el final del día. Sólo algunos jóvenes, púberos chicos y chicas, se acomodaban sin rezongar bajo la lluvia, mientras mis treintañeros amigos y yo buscábamos refugio.

Así que este segundo día mí expectativa no estaba en las bandas, en qué tocarían, en el sonido, la comida o la cerveza; mi preocupación era si debía llevar un poncho o una sombrilla. ¡Qué lejos estaba de mis mejores épocas!

Salimos a enfrentar el tráfico de la CDMX, no muy diferente al de Bogotá, así que me sentía como en casa, a pesar de que en CDMX nos llevan años luz en infraestructura, con terremoto incluido. Recogimos a un par de amigos más y llegamos temprano, no tanto como hubiera querido, pero definitivamente más temprano que el día anterior. El clima era benévolo y las cervezas sabían mejor, así que me enfoqué en no perderme la presentación de Gojira, ya que ayer había podido disfrutar solamente dos canciones de Gruesome, una banda tipo vieja escuela que era uno de mis objetivos. Así que Gojira, una de mis bandas favoritas de los últimos tiempos a pesar de sus múltiples detractores, era obligatoria para mí ese día.

Justo a tiempo. Luego de abrirnos paso entre cientos de jóvenes que deambulaban por la pista de un autódromo que recibe la Formula 1 —detalle para mí de gran significado por ser fanático de las carreras cada fin de semana— llegamos al espacio que reúne los escenarios del festival. Es como entrar a un instante en el espacio tiempo que no diferencia culturas, personas y costumbres. Sumergirse en el Corona Hell & Heaven es entrar a un país sin fronteras donde cada rincón, cada persona y cada momento son iguales a los que pueden vivirse en otro país, en otro sitio, en otro festival de rock y metal.

Corona Hell and Heaven 2018: Metal sin fronteras

Gojira salió entonces al escenario principal. No pude dejar de conmoverme un poco, y a pesar de sus múltiples catalogaciones como “eco-banda”, “neo metal”, etc., sus riffs llenos de energía y brutalidad, acompañados de manera casi magistral por la tremenda y perfecta ejecución de Mario Duplantier en los tarros, dejaron para todos una presentación única e irrepetible.

La cerveza fluía, los cigarrillos igual, las caras parecían repetirse pero nunca se saludaban. Luego de esperar que la conexión wifi mejorara pudimos conocer la ubicación de Alejandra y Paco, dos norteños que representan lo mejor de los mexicanos. Nos saludamos como quien encuentra a un amigo que no veía hace mucho tiempo; parecíamos amigos de toda la vida dispuestos a recordar viejas anécdotas. La cerveza pasaba de mano en mano al mismo tiempo que Brujería hacia que un gringo rubio, y un poco ebrio, hiciera un pequeño show jugando a las escondidas cuando “Matando güeros” era escupida por los amplificadores del escenario.

Caía la noche, y mientras la cerveza entorpecía mi habla un poco, salía al escenario Gwar, otra banda difícil de catalogar. Estos tipos, envueltos siempre en estrafalarios disfraces y que se son conocidos además como Scumdogs of the Universe, enrollaron al público en un juego de riffs thrasheros y algo punkeros con sangre ficticia y armas gigantes.

Corona Hell and Heaven 2018: Metal sin fronteras

Nuestros amigos de Saltillo se habían decido por ver a Judas Priest cuando ya Overkill dejaba sus últimos sonidos en el escenario, así que de forma unánime decidimos nosotros ir a Tenacious D. Ya conocía por algunas canciones a The D, pero no era un fanático, así que, entre la curiosidad por ver a la banda de Jack Black y el temor a quedar solo y perdido en pleno Autódromo Hermanos Rodríguez, me decidí ir con mis parceros a The D. Al minuto de comenzado el show me di cuenta de que fue una gran elección. Es como ver y escuchar rock en estado puro, rock sin pretensiones ni poses. Además, una presentación donde el público realmente hace parte de la misma. La cerveza seguía siendo una fiel aliada pero los cigarrillos comenzaron a escasear.

Llegamos a tiempo al escenario donde Judas Priest hacia su presentación. Su energía y siempre impecable presentación no dejan lugar a debate: se trata de una de las mejores bandas de todos los tiempos. Escuchar de  nuevo canciones que han sonado miles de veces en nuestras cabezas, y sentir emoción de nuevo al escucharlas, deja pagado todo lo que pude haber gastado en mi visita a México lindo y querido. Aún era Rob quien, con dificultad y paciencia, pero con emoción y energía pura, cantaba para nosotros.

Corona Hell and Heaven 2018: Metal sin fronteras

La cerveza comenzó a aparecer con menos frecuencia y los cigarrillos se habían acabado, pero no importaba, era el momento de Ozzy Osbourne, y sin mostrarlo a mis amigos mi emoción creció. Nunca antes había visto a Ozzy en vivo y había llegado el momento. Aquí es donde debo reconocer que la emoción me sobrepasó; oír las viejas canciones que escuché desde niño, pero ahora ya adulto y con Ozzy a unos cuantos metros, sacó de mí al fan más religioso: entoné, y casi grité, algunas canciones. Me excitaba incluso el juego de luces y humo, como lo hacían en su momento los conciertos a los que iba de 18 años. Ozzy seguía cantando, y cuando las ganas de fumar aumentaban, un pequeño duende emergió de entre las piernas de la gente. Su ojo izquierdo brillo y me observó fijamente, pensé que era una alucinación, pero mi amigo Edgar también lo advirtió. Nos acercamos a él y nos ofreció de su cigarrillo. ¡Era un duende mágico! Sabía que buscábamos cigarros y nos obsequió unas fumadas de su artesanal cigarrillo sin habérselo pedido. Fumamos, y al final del cigarro el duende había desaparecido tal como apareció, reptando por las piernas de la gente. Edgar y yo sonreímos.

El segundo día del festival expiraba, decidimos ir buscando la salida para escapar de la multitud que se lanzaba intentando salir. Manu compró una torta de tamal y desaparecimos entre las calles del barrio.

 
Por Johnny Pérez
 

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